¿Cuántas personas conoces? ¿Cuántas personas ves a lo largo
del día y con cuántos cesas momentáneamente tu actividad para saludarles e
intercambiar un par de banalidades? Después de suponer que no son pocas, piensa
a cuantas de ellas le contarías tu mayor secreto, ese que podría llevarte al
calabozo o peor, a ser un marginado por toda la sociedad.
Entonces, de aquellos cuya presencia frecuentas
habitualmente, ¿en cuántos confías? Posiblemente, todavía aparezcan varios en
tu mente pues nos han enseñado a actuar así, a creer en lo conocido y a odiar o,
como mínimo, a desconfiar de lo desconocido.
Pues, en el momento en el que comprendes a alguien, eres incapaz
de odiarlo porque aprendes que su modo de actuar no es más que una consecuencia
de una acción pasada. Y debido a esto,
cambias a los demás, o mejor, cambias lo que dices sobre los que te rodean
puesto que una persona es y será siempre la imagen colectiva que los demás han
creado.