lunes, 7 de octubre de 2013
Creados para consumir.
“La gente debe ser entrenada para desear,
para querer nuevas cosas incluso antes de que las viejas hayan sido enteramente
consumidas. Los deseos del hombre deben eclipsar sus necesidades.” escribió
y propagó Paul Mazer, un importante banquero de Wall Street. El consumismo ha
llegado a convertirse en un dogma de cualquiera sociedad democrática moderna en
Occidente. Junto al paradigma de que formamos parte de la civilización “más
evolucionada” también encuentra hueco esta gran idea de que tenemos que comprar
productos que nos hagan la vida más fácil y feliz. ¿Pero por qué? Para
conseguir, así, una serie de valores que van asociados con poder e
independencia principalmente. Objetos que en un principio pueden ser vistos
como irrelevantes se convierten en poderosos símbolos emocionales porque nos
han enseñado que sean interpretados de ese modo. ¡Nos han creado una mentalidad
colectiva de la que no podemos escapar!
Actualmente
el ciudadano ya no es importante en su país como ciudadano, sino como
consumidor. ¿Para qué preocuparse de un grupo tan irracional que es fácilmente
manejable por una mano invisible controladora de los deseos? Porque nos han
enseñado que no se puede ser socialmente aceptado sin tener una serie de
requisitos y estos se consiguen comprando. ¿Cuán poderosa será la sociedad del
consumismo dentro de unos años si ya desde hace unos cuantas (muchas) décadas
no somos capaces de realizar una acción diferente de gastar? Soñamos tener un
gran trabajo y el canon perfecto de este es ganar mucho dinero. ¿Y para qué
queremos tanto dinero? Para comprar lo más superfluo del mercado y poder
mostrárselo a todo el mundo y así cuando estos lo vean puedan exclamar: “Porque
él lo vale”.
¿Realizar
un análisis de la sociedad no os lleva a replantearos si de verdad vivimos en un
mundo libre donde cada uno toma sus propias decisiones o si en cambio, estamos
sometidos a un Gran Hermano al que adoramos por hacer nuestra vida más feliz?
domingo, 8 de septiembre de 2013
Nunca olvides.
Grandes escritores, y algunos más pequeños, han tenido como
musa en algún momento de su vida a la añoranza debido a que este fantasma
perturbador aparece siempre que recuerdas el pasado pues añorar no es más que
vivir un sentimiento en una escena, volver a hacerlo real con todas sus
emociones. Nadie cuya presencia en el mundo haya existido, exista o existirá
podrá despegarse de este “germen” que crece con la persona. Cuantas más
vivencias, más se va interiorizando el sentimiento en sus muchas versiones.
Añorar no es solo recordar la ausencia de algo porque
también se puede añorar lo que nunca se ha tenido, lo que te hubiera gustado
tener y no tuviste. Todo es un mismo conjunto, los sueños y los deseos se
pueden hacer tan fuertes que hasta duela no convertirlos en pasado.
Añorar es siempre pasado porque transmite tranquilidad y
seguridad y esta es la consecuencia de adulterar recuerdos, momentos que
sucedieron de determinada manera y los cuales tu mente ha transformado
lentamente en el momento en el que tú quisiste tener. Los mejores recuerdos
nunca ocurrieron pero eso no importa porque mientras tú seas feliz con ese
pensamiento de haber vivido un algo perfecto deseado, la verdad dejará de ser
valiosa y llegar a ella solo traerá molestias y un gran pesar al esfumar tu
preciado recuerdo.
Añoras el principio cuando el final no es el esperado. Como
en una mala película donde el principio es lo mejor de la cinta y en el cual
los personajes no evolucionan, se mantienen inalterables psicológicamente.
Añorar no es malo pero cambiar tampoco. Todo cambio supone
un nuevo comienzo, un comienzo que puede superar lo vivido.
sábado, 3 de agosto de 2013
La verdad de la mentira.
¿Cómo sabes que una persona que te está diciendo algo bueno
sobre ti, sobre tu forma de ser, de relacionarte con los demás, de vivir… en
realidad no está pensando lo contrario?
¿Cómo sabes que la botella de agua que acabas de comprar en
el supermercado es de donde pone en la etiqueta y no del grifo que supones que
puede haber detrás de la puerta que dice algo así como “No pasar. Acceso
reservado a empleados”?
¿Cómo sabes que el puente que estás cruzando se va a mantener
cuando tú pases?
¿Cómo sabes si una persona ha dejado de quererte o no?
¿Cómo sabes que no estás viviendo el último día de tu vida y
todos los planes que tienes para mañana no sucederán?
Vivimos de la fe. Fe en pequeñas cosas cotidianas y fe en
los demás. Fe en todo aquello que no puedes controlar.
Supones que todo te va a ir bien porque lo conviertes en tu
verdad. Y la verdad aunque en ocasiones sea dolorosa siempre nos hace un poco
más felices. Porque detrás de la verdad no hay nada, es así, puedes controlarla,
en cambio, eso no pasa con la mentira.
Tenemos fe en la verdad y en el poder que nos trae. Nos
sentimos superiores con la verdad por delante y solo con ella, es la única
forma que tenemos, o eso creo, de dar estabilidad a nuestras vidas.
La verdad de que la hora que marca en el reloj es la
correcta.
La verdad de que eres dueño de tus actos.
La verdad de que el viernes has quedado con tus amigos.
La verdad de que has metido la ropa en la lavadora y la
cerveza en la nevera.
La verdad de que para afrontar el día necesitas un café bien
cargado.
La verdad de que tu programa favorito saldrá a la hora de
siempre.
Hacemos de nuestra rutina la verdad. La verdad la podemos
reducir a hechos pero nunca a pensamientos. Sabemos que el pensamiento cambia
por ello edificamos nuestra vida en rutinas y no en pensamientos ni en
personas.
Hasta que nos equivocamos.
Hasta que decidimos poner un pilar, un pilar que no sabes si
sostendrá el peso que se le exige pero que te haces creer que sí porque para ti
es verdad. Y durante un tiempo vivirás con esa felicidad pero quizás un día
encuentras que ese pilar se está fragmentando. Irás a la tienda a por argamasa
para reconstruirlo. Sin embargo, llegará el triste momento que no querías esperar
que sucediera y en el cual aceptas que creíste en una verdad falsa.
Y descubres la verdad de la mentira.
jueves, 4 de julio de 2013
Para el futuro o para el pasado...
"Para el futuro o para el pasado, para la época en que se pueda pensar libremente, en que los hombres sean distintos unos de otros y no vivan solitarios... Para cuando la verdad exista y lo que se haya hecho no pueda ser deshecho:
Desde esta época de uniformidad, de este tiempo de soledad, la Edad del Gran Hermano, la época del doblepensar... ¡muchas felicidades!"
1984. George Orwell
Desde esta época de uniformidad, de este tiempo de soledad, la Edad del Gran Hermano, la época del doblepensar... ¡muchas felicidades!"
1984. George Orwell
lunes, 1 de julio de 2013
El estómago de la sociedad
"Los
diferentes miembros del cuerpo de un hombre se enfadaron con el
estómago. ¡Mira éste- se decían entre sí-, no hace nada y
nosotros tenemos que alimentarle! Los pies están todo el día de
aquí para allá buscándole comida, las manos trabajan para
llevársela a la boca y la boca para masticar los alimentos, mientras
él no hace nada". Así que dejaron de alimentar al estómago.
Él se retorcía de hambre, pero ni a los pies, ni a las manos, ni a
la boca les importaba. Pero llegó el día en que pies, manos y boca
comenzaron a sentirse más y más débiles... hasta que se dieron
cuenta de que ellos también dependían del estómago.
Estas
son las palabras que Menenio Agripa utilizó para evitar la
sublevación del pueblo contra el Senado y como la Historia nos ha
demostrado, surtieron efecto entre los ciudadanos. En cambio, si ésta
fábula hubiera sido contada en la actualidad, ¿sería suficiente
justificación para el poder? ¿Hasta qué punto podemos tolerar que
la alegoría sea cierta? Obviamente, el creador de este cuento
pertenecía al poder y su misión principal era conseguir la paz a
través de la dialéctica. Al aceptar esta parábola, estamos, por
tanto, perdiendo nuestra capacidad para rebelarnos ante los que
consideramos que pertenecen a un escalafón superior en la sociedad.
Por ello, también decidimos no intervenir ante cualquier abuso que
provenga del poder porque eso podría debilitarnos debido a que por
diversos motivos, principalmente adquisitivos, no correspondemos a
una parte de la sociedad que tiene los privilegios suficientes para
salir inmunes de determinadas tesituras. Ante un gobierno tiránico lo mejor es quedarse quieto, bueno más bien al contrario, moverse y
continuar con las actividades diarias sin actuar de ninguna forma por
la represión sometida porque no estamos habilitados para realizar
una función diferente a la habitual. Pero ¿desde cuándo el
estómago busca dañar a los otros miembros? Explotar a tus pies y a
tus manos hasta agotarlos totalmente no creo que sea lo mejor a largo
plazo aunque eso sí, el estómago se congratulará de lo obtenido
pero quizás todos se han olvidado que sirven a alguien superior a
ellos y que ese algo existe gracias al perfecto conjunto de todas las
partes y éste es el cuerpo. El cuerpo no es más que la sociedad,
ésa en la que todos tienen su papel pero que nadie parece sentirse
miembro y el gran resultado de esto es un cuerpo débil donde sus
órganos no paran de batallar sin molestarse en lograr encontrar un
punto intermedio para que ambos se sientan satisfechos.
Cada
uno puede realizar su propia interpretación según desee, sin
embargo, con la que yo prefiero quedarme es con que somos un conjunto
y nos necesitamos para crear un algo perfecto aunque por ahora todo
se queda en simple teoría pues el hombre todavía está
experimentando de todas las formas que se le imaginan para crear un
cuerpo diferente, un cuerpo más primitivo y animal. ¿Significa esto
que es mejor? Quizás, pero lo dudo mucho.
sábado, 22 de junio de 2013
Un puñado de palabras.
No tengo nada revelador que decir y
usted no espera encontrar en estas palabras un motivo para cambiar su
forma de entender el mundo. Aun así escribo esto con la esperanza de
que sea leído hasta el final y que de todo lo expresado a través de
largas oraciones y de fastuosos párrafos le transmitan algo, por
efímero que parezca, el cual permanecerá en su memoria lo
imprescindible para pensarlo y crear su propio juicio dándole el
valor que juzgue oportuno, después, desaparecerá ese pensamiento
para siempre.
Tras la enunciación que acabo de
realizar, el asunto de este artículo no puede ser otro que la
voluntad de pensar. Sin duda, no es ningún tema innovador ni
desconocido para cualquier lector con un mínimo de cultura pero por
esa razón, no intento añadir nueva información solo debatir lo que
ya se conoce. Ante todo quiero lanzar al aíre la siguiente cuestión:
“¿tiene libertad de pensamiento?”. Con esta pregunta lo que
busco poner de manifiesto no es que piense lo que quiera en el
momento que desee sino si es capaz de comunicar públicamente todos
sus pensamientos sin autocensurarse a sí mismo. Pensar significa no
someter la razón a ninguna ley, dogma o principio que la sociedad
inculca a sus miembros por ello cuando escucho hablar a determinadas
personas no puedo más que entristecerme debido a que el eco de sus
palabras que llegan a resonar en mi mente son demasiado familiares,
quizás tanto que podría adelantar el final de su discurso pero lo
peor de todo es que nadie se salva, ni siquiera yo por mucho que lo
intente. Es difícil aceptar que no somos libres en este sentido pues
prima sobre nosotros otros conceptos que consideramos más
importantes. Nos han enseñado cuán fundamental es ser libre y no
permanecer esclavos de nada pero en realidad si lo consideramos de
verdad, ¿podemos decir que no somos esclavos del temor a la
intolerancia, a no ser aceptados por los demás, a dañar a otros
simplemente con un puñado de palabras?
Las palabras cuando salen de tu
pensamiento y son utilizadas contra alguien pueden doler y también
pueden suponer el principio de un ataque dialéctico donde se
transforman en golpes inesperados que consiguen que caigas al suelo y
los cuales te dejan tumbado lo suficiente para que el árbitro del
combate decida que el tiempo de espera ha acabado y tu oponente pueda
congratularse de su victoria pues su objetivo ha sido logrado, ahora
no eres más que otro de los muchos que permanecen indefensos y
débiles en el suelo y es que lamentablemente el triunfo siempre está
del lado de los más crueles.
jueves, 6 de junio de 2013
Porque no es eterno
“Vemos pasar el tiempo
aterrados porque se nos acaba, porque no es eterno” escribió una vez un
hombre mientras las manecillas de su reloj de pulsera continuaban moviéndose,
sin inmutarse ante la presencia del escritor que les insinuaba cuán tétrico
suponía el paso incansable del tiempo en la vida de las personas. Sabemos lo que
el tiempo nos regala y esa es la razón por la que tanto lo tememos.
He aquí el gran enigma, ¿qué traerá el tiempo? El gran
final, es decir, llegará el momento en el cual deje de seguir contabilizándonos
las horas, se pare y nos salude como quien reconoce con una mirada a un viejo
amigo que aprecia desde siempre por formar parte de sí mismo, sin saberlo, con
el cual comparte confidencias, sus más íntimos secretos pero sin tener el
privilegio de contemplar día tras día.
Un compañero de fatigas que nunca te abandona, siempre fiel, presente, no
obstante invisible ante todos y especialmente ante ti. ¿Cuántos habrán
intentando abrazar al tiempo encontrándose con el más gélido vacío?
Sin embargo, para terminar hay que comenzar antes y también
eso es regalado por el tiempo, el que todo lo observa impasible, pues nos da
segundo tras segundo la oportunidad de crear momentos para que cuando tengamos
estos momentos convertidos en recuerdos, supliquemos conservar unos y destruir
otros pero el tiempo no es clemente, nunca cede porque no existe para olvidar.
A pesar de ello, una vez oí que decían “se
me olvidará, como todo” y no pude más que asustarme tras escuchar la
rotundidad de tal afirmación, debido a que disfrutamos pensando que dirigimos
el tiempo cuando en realidad es él quien nos controla y gobierna desde la
sombra. Suponemos que tenemos capacidad para olvidar, mas tristemente, es esto
otro juego del tiempo que, al azar, prueba a destruir, quizás recuerdos
importantes o quizás no.
Muchos antes que yo se sirvieron de palabras para encerrar
lo eterno sin entender que nunca el hombre ha sido capaz de aprisionar al
inmortal en una jaula de versos pues funestamente estamos sometidos por el
implacable tiempo, él nos mantiene sujetos a una cuerda y en cualquier momento
ésta se transforma en soga, ahogándonos ferozmente hasta que por fin nos
rindamos y exhalemos nuestro último suspiro.
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