No tengo nada revelador que decir y
usted no espera encontrar en estas palabras un motivo para cambiar su
forma de entender el mundo. Aun así escribo esto con la esperanza de
que sea leído hasta el final y que de todo lo expresado a través de
largas oraciones y de fastuosos párrafos le transmitan algo, por
efímero que parezca, el cual permanecerá en su memoria lo
imprescindible para pensarlo y crear su propio juicio dándole el
valor que juzgue oportuno, después, desaparecerá ese pensamiento
para siempre.
Tras la enunciación que acabo de
realizar, el asunto de este artículo no puede ser otro que la
voluntad de pensar. Sin duda, no es ningún tema innovador ni
desconocido para cualquier lector con un mínimo de cultura pero por
esa razón, no intento añadir nueva información solo debatir lo que
ya se conoce. Ante todo quiero lanzar al aíre la siguiente cuestión:
“¿tiene libertad de pensamiento?”. Con esta pregunta lo que
busco poner de manifiesto no es que piense lo que quiera en el
momento que desee sino si es capaz de comunicar públicamente todos
sus pensamientos sin autocensurarse a sí mismo. Pensar significa no
someter la razón a ninguna ley, dogma o principio que la sociedad
inculca a sus miembros por ello cuando escucho hablar a determinadas
personas no puedo más que entristecerme debido a que el eco de sus
palabras que llegan a resonar en mi mente son demasiado familiares,
quizás tanto que podría adelantar el final de su discurso pero lo
peor de todo es que nadie se salva, ni siquiera yo por mucho que lo
intente. Es difícil aceptar que no somos libres en este sentido pues
prima sobre nosotros otros conceptos que consideramos más
importantes. Nos han enseñado cuán fundamental es ser libre y no
permanecer esclavos de nada pero en realidad si lo consideramos de
verdad, ¿podemos decir que no somos esclavos del temor a la
intolerancia, a no ser aceptados por los demás, a dañar a otros
simplemente con un puñado de palabras?
Las palabras cuando salen de tu
pensamiento y son utilizadas contra alguien pueden doler y también
pueden suponer el principio de un ataque dialéctico donde se
transforman en golpes inesperados que consiguen que caigas al suelo y
los cuales te dejan tumbado lo suficiente para que el árbitro del
combate decida que el tiempo de espera ha acabado y tu oponente pueda
congratularse de su victoria pues su objetivo ha sido logrado, ahora
no eres más que otro de los muchos que permanecen indefensos y
débiles en el suelo y es que lamentablemente el triunfo siempre está
del lado de los más crueles.
Isabel, gracias por visitar mi blog.
ResponderEliminarMuy interesante lo que planteas, me puso a reflexionar sobre algo que siempre supe: que no tengo demasiada libertad en mi pensamiento. Creo que muy pocos lo tienen, porque vivimos condicionados por pautas culturales, familiares y luego por las restricciones que nos imponemos a nosotros mismos. A veces por "encajar", para no sentir que nos quedamos fuera de un grupo o pertenencia, para ser queridos.
Las personas que se manifiestan más libres suelen ser tildados de locos, inadaptados, subversivos.
A veces lo he sido y me sentí muy sola.
Un saludo desde Buenos Aires.
Gracias por los comentarios. Me alegro que te hayan servido para reflexionar un poco.
EliminarUn saludo.